El Dibujo es la huella eximia. El trazo es un accidente, un momento de una proyección ulterior, un testigo de un dialogo entre dos ámbitos. Una colisión de energías e intencionalidades contra esa pantalla, que es la hoja de papel.
El papel es el punto de contacto entre los dos mundos, el mundo interior del dibujante y el de los otros, podemos llamarlo “realidad”, si es necesario. Entre lo de adentro y lo foráneo está la lámina de papel nutriéndose del intercambio de las percepciones y las energías que cruzan sin cesar del dibujante al mundo (¿la realidad?) y del mundo al dibujante.
La percepción es una realidad, quizás la única verdad, como diría Descartes. La percepción se proyecta hacia lo que se desea percibir, siempre supeditada al “vemos lo que queremos ver”, roza la realidad y vuelve cargada de emociones, colores y formas, en su transito imprime la hoja, así como un bordado es un vuelo entre dos mundos que deja una huella planimétrica sobre la tela. La obra no debe “representar” al modelo, qué necesidad hay volver a presentar lo que ya está presente, la obra debe mostrar la interacción entre el ser dibujante y su contacto con la realidad. El Dibujo como recuerdo de un momento, de una temporalidad donde se vio, se sintió, se pensó, en algo, en la otredad, en uno mismo...
El dibujo no es un resultado, no es la meta la hoja manchada con el carbón, la mente debe estar “mas allá” del trazo, después del papel. Adentro y afuera. Lo del medio es sólo un problema mecánico, una técnica. La técnica es cuerpo, es trato con la materia, sangre y músculo, es lo que está después. La reacción a algo que ya sucedió o que puede estar sucediendo.
Juan Herrera
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